INTRODUCCIÓN
Como su propio nombre indica, un ser fantástico es aquel que no tiene realidad más allá de la imaginación, que es fruto de la fantasía o producto de una invención. Lo difícil es distinguir los límites entre la realidad y la ficción, porque cabría plantearse, ¿sólo existe lo que captamos por los sentidos? ¿Cómo explicamos algunos hechos sorprendentes como oír que nos llaman por nuestro nombre o que somos observados en el bosque? ¿Nunca le ha pasado que recuerda perfectamente haber dejado un objeto en un lugar, haber ido a por él y no haberlo encontrado? ¿Me dirá también que nunca ha escuchado unos ruidos en la otra parte de la casa cuando se encontraba solo? ¿Nunca ha sentido miedo o es que todavía cree que la razón lo explica todo? Estamos en una sociedad descreída y racional: las religiones pasan de moda, las viejas creencias son ridiculizadas y la ciencia se alza como la gran verdad del hombre moderno, pero, ¿está usted seguro de todo lo que le dicen? ¿No es cierto que le parece absurdo pensar que unos gigantes cogieron unas enormes piedras y crearon con ellas las montañas? Ciertamente lo es, o lo parece, pero, ¿le es más real la explicación de la teoría del Big Bang? ¿Realmente piensa que el mundo es tal como le han contado? Con nuestro bestiario pretendemos acercar al lector a una serie de criaturas que no están presentes en nuestra vida cotidiana. Por sus características, la razón nos hace pensar que realmente no existen, que son fruto de la ficción, del miedo o un engaño de los sentidos. La verdad es que miles de personas han creído en muchos de los seres que vamos a explicar a continuación, y que muchos de ellos tienen más de dos mil años de antigüedad. Más sorprendente nos resulta encontrar el grabado de un unicornio en la cueva de Lascaux, al suroeste de Francia, junto a otros grabados paleolíticos, cuando estos hombres fundamentalmente representaban lo que veían. Nosotros
no
entraremos a juzgar la veracidad de lo que nos han contado otras
culturas, nos
bastará con decir que hubo quien creyó en ello.
Esta postura nos lleva a hablar
de los seres fantásticos como seres de apariencia irreal, de
naturaleza no
captable por los sentidos, probablemente mágicos o
inventados. Lo que nunca
haremos será infravalorar otras culturas, creernos en
posesión de la verdad o
afirmar que los seres fantásticos sólo existen en
nuestra fantasía, porque, ¿es
posible que algunos de estos seres hayan existido y que perecieran como
los
antiguos dinosaurios? SERES ELEMENTALES, MONSTRUOS, HÉROES Y SUPERHÉROESLa mayoría de los seres fantásticos que una vez existieron, aunque sólo sea en la imaginación de su autor, podrían encuadrarse en uno de estos cuatro grandes grupos, a saber: seres elementales, monstruos, héroes y superhéroes. Obviamente hay algunos que escapan de esta clasificación, mientras que otros podrían incluirse en varios grupos. Éste es el riesgo de simplificar la realidad. No obstante, la mantendremos por ser la más acertada que hemos encontrado. Los seres elementales son los espíritus o criaturas de la naturaleza, seres muy apegados a ella desde su nacimiento y que suelen pertenecer a uno de los cuatro elementos: Tierra, Agua, Fuego y Aire. Creían los antiguos que en la naturaleza había cuatro seres hechos exclusivamente de un único elemento: los gnomos de la tierra, las ondinas y las nereidas del agua, las salamandras del fuego y los silfos del aire. A éstos se les llamó “elementales puros” y eran una excepción de la naturaleza, pues los hombres y todos los demás seres estaban creados por la combinación de estos elementos. Esta creencia estaba basada en las teorías de los filósofos Empédocles y Anaxágoras, que allá por el siglo V a. de C. afirmaron que todas las cosas estaban compuestas por la combinación de estos cuatro elementos irreductibles. Pero
poco a
poco el tiempo fue pasando y la teoría de los cuatro
elementos fue cayendo
progresivamente en el descrédito. Casi nadie afirmaba ya que
había cuatro seres
hechos de un único elemento, pero sí que
había otros seres pululando por la
naturaleza y que parecían estar asociados a uno, como las
hadas, las ninfas,
los elfos, los drows, los gnomos, los
enanos, los duendes, los pucks, los trasgos, los orcos, los trolls,
..., que se
encontraban en El conocimiento que tienen estos seres de la naturaleza es muy superior al que tiene el hombre, pues en ella viven y de ella aprenden. Los elementales conocen las propiedades mágicas de las plantas, hablan la lengua de los animales y de los árboles, escuchan los mensajes que transporta el aire y reconocen cada piedrecita del camino o cada gota de agua de un río. A los elementales es imposible engañarlos, pues en sus muchos siglos de convivencia con la naturaleza han aprendido los secretos del mundo, el lenguaje de las miradas y la importancia del silencio. Otro
gran
grupo de seres fantásticos lo forman los monstruos,
criaturas deformes y
en su mayoría gigantescas y peligrosas, que son y han sido
perseguidas con la
intención de darles muerte. La mayoría de los
seres procedentes de la mitología
clásica, así como las nuevas y
terroríficas bestias del cine y de la literatura
de ficción, responden a la definición de
“monstruo”, ser fantástico que provoca
espanto. Bestias como el gigante Tifón, la serpiente
Equidna, el Grifo y el
Hipogrifo, el Can Cerbero, el Minotauro, los Cíclopes, los
Titanes, los
Hecantóquiros, los Telquines, la serpiente Pitón
del Delfos, Otra raza de seres imaginarios son los héroes, hombres de naturaleza sobrehumana o semidioses que se enfrentaron a los monstruos en el principio de los tiempos y fueron acabando con ellos. Hay que aclarar que no estamos usando la palabra “héroe” en su sentido habitual, es decir, que no aludimos con ella a una persona famosa por sus hazañas o que lleva a cabo una acción heroica, sino en el sentido que le dio Platón en su Cratilo, cuando define a los héroes como seres “nacidos de los amores de un dios y una mortal o de un mortal y una diosa”, es decir, como semidioses. Los
héroes,
junto a los dioses, tenían la función en Para
ser
considerados tales, además de su naturaleza semidivina, los
héroes debían
acreditar la muerte de al menos un monstruo, como Heracles, que
exterminó al
León de Nemea y a Pero la imaginación del ser humano ha dado un paso más en la creación de seres fantásticos y ha ideado unas criaturas exclusivamente de ficción, los llamados “superhéroes”, seres con naturaleza humana, o aparentemente humana, pero con unas capacidades sobrenaturales. Nos referimos a personajes como Superman, Spiderman, Batman, Daredevil, los X-Men y su enemigo el profesor Magneto, Catwoman, el increíble Hulk, el Capitán América o Flash Gordon, todos ellos personajes de ficción, que han surgido en su mayoría del cómic y que el cine ha aprovechado su tirón para contarnos su historia y embolsarse algunos millones de dólares. Caracteriza a los superhéroes su voluntad de ser salvadores del mundo, su lucha al margen de la ley contra enemigos temibles que ponen en peligro la seguridad de los hombres. En cierta manera se puede establecer un correlato entre los superhéroes del cómic y los héroes de la mitología clásica, incluso podríamos afirmar que los superhéroes son los héroes del hombre moderno. A
estos
personajes los reconocemos por su vestuario, una especie de uniforme de
colores
llamativos y muy ajustado, que marca la transición del
hombre normal al
superhéroe. De entre todos ellos, Superman es el
superhéroe por excelencia,
pues es el único que no necesita de su traje para tener
superpoderes. La
explicación está en que el resto de los
superhéroes fueron originariamente
hombres y mujeres normales que, por un acto fortuito, normalmente
traumático,
pasaron a poseer poderes sobrenaturales, mientras que Superman tiene
sus
superpoderes desde el momento en que nació, pues no es un
ser oriundo de Aunque la mitología,
el folclore, la
religión, la literatura y el cine nos han suministrado
cientos de seres de
naturaleza fantástica, nosotros sólo nos
quedaremos con aquellos que han tenido
una larga tradición o cierto peso en nuestra cultura. No nos
detendremos en los
héroes clásicos, porque al fin y cabo son hombres
con cualidades especiales;
más interesantes nos resultan los monstruos a los que
aniquilan. Tampoco le
dedicaremos un espacio en nuestro bestiario a los
superhéroes del cómic, dada
su reciente creación; el nacimiento de Superman, el
supérheroe más antiguo,
data de 1938, cuando apareció por primera vez en el primer
número de la revista Action Comics.
El hombre moderno sigue teniendo las mismas incertidumbres que asediaron a sus antepasados, las mismas preocupaciones y hasta los mismos miedos, pero ahora cree no tener la necesidad de recurrir al mito en busca de una explicación. Ahora prefiere buscar soluciones en otros lugares. Las nuevas ciencias parecen tener todas las respuestas a las grandes preguntas, pero se trata sólo de eso, de una apariencia, porque cuando éstas fallan o se muestran incapaces de resolver nuestros conflictos, cuando no convencen o exigen del hombre un acto de fe en ellas, vuelven las antiguas creencias: la brujería, la superstición, la astrología, la magia o el misticismo, renovadas ahora o simplemente adaptadas a los nuevos tiempos. Nos mostramos escépticos con lo que creyeron nuestros antepasados, cuyos mitos y leyendas nos resultan ingenuos y hasta infantiles. Quizá pensamos que eran demasiado crédulos, que se dejaron seducir por la voz de los oráculos. Pensamos, por ejemplo: ¿cómo podían creer estos hombres y mujeres en las Sirenas, en el Fénix o en la existencia de los Dragones, en el poder benefactor de los Espíritus de los Árboles o en los Genios de una lámpara maravillosa? Y una sonrisa nos ilumina la cara y nos sentimos realmente superiores por haber superado ya esa etapa primitiva de la humanidad. Y sin embargo, basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobar cómo renacen los profetas, los gurús de inspiración semirreligiosa y los intérpretes de las energías sutiles, el tarot egipcio, la meditación sobre los chakras, el chamanismo siberiano, los encuentros con el Ángel o la visión a través del Tercer Ojo. Sin duda ha habido una sustitución en los objetos de nuestras creencias, pero seguimos siendo grandes buscadores de respuestas y muy buenos creyentes. Nuestro deseo de trascendencia no tiene límites, y en esto juega un factor nada despreciable nuestra fantasía y nuestros ensueños. Entre las cuestiones de las que se ocupaban los antiguos mitos estaban las desdichas, la crueldad del ser humano, el amor y la muerte, las guerras, el destino, el azar, las traiciones de que son objeto los hombres, la búsqueda de una vida mejor, la locura, la autoridad y las relaciones de poder con sus servidumbres y beneficios, el enfrentamiento generacional, la juventud y la vejez, el éxito y los fracasos, las relaciones familiares y en general todo aquello que preocupó alguna vez a los hombres. Y para cada uno de estos temas había no una, sino cien historias, susceptibles de multiplicarse hasta el infinito. Y cada historia era una explicación y un ejemplo. Desde
el
principio, los mitos y las leyendas convivieron con la razón
y con la historia,
y sus relaciones fueron conflictivas. La palabra
“mito” procede del vocablo
griego muqos
(mýthos), que significaba “discurso”.
Sin embargo, los griegos disponían de
otra palabra con el mismo significado, que era el vocablo lógos
(logos), al que se relacionaba con la racionalidad y la escritura, por
lo que,
poco a poco, se modificó el significado de
“mito” y pasó a emplearse para
designar a los “relatos ficticios”, irracionales o
simplemente orales. Y de
este modo se llegó a establecer la distinción
entre las “creencias míticas”,
fundamentadas en una tradición popular, y las
“creencias lógicas”, basadas en Básicamente, de esta dicotomía derivan todas las teorías posteriores, con mil añadidos, sugerencias, ampliaciones, distorsiones y reinterpretaciones psicoanalíticas, estructuralistas, antropológicas, funcionalistas, simbolistas y un largo etcétera que no creemos necesario comentar aquí. En
definitiva: la mitología frente a la llamada Historia, la
ficción frente a la
realidad, la fantasía contra la razón. Pero en
nuestro norte ético, en nuestra
cultura milenaria, tanto peso tienen las primeras como las segundas, o
incluso
más. Si de lo que se trata es de encontrar explicaciones y
respuestas que nos
sirvan de muletas para sobrellevar nuestra incomprensión del
mundo, cabría
hacerse la siguiente pregunta: ¿de verdad expresan mejor la
realidad de los
hombres la llamada Razón o la llamada Historia que Imaginemos el naufragio de un barco y toda su tripulación en el Estrecho de Messina, entre Italia y Sicilia, y pensemos en dos posibilidades; la más veraz, una tormenta o cualquier otro fenómeno natural que da a pique con la nave; y la más increíble y fabulosa, dos espeluznantes monstruos que por allí actúan y a los que en la época clásica conocían como Escila y Caribdis. ¿Acaso es menos creíble dicho naufragio si lo achacamos a las bestias que si lo atribuimos a la tormenta? ¿Puede ser menos doloroso o más comprensible para los familiares de los fallecidos? ¿Es más real la muerte de esos hombres de una forma que de la otra? Pensemos
en
la ciudad de Troya. Durante siglos fue considerada una leyenda, y miles
de
hombres que alguna vez la imaginaron gracias a los mitos murieron
pensando que
nunca existió. Sin embargo, en 1870 el arqueólogo
Heinrich Schliemann inició
las excavaciones que acabarían desenterrando la verdad. Los
trabajos duraron
décadas y hoy por hoy nadie duda de que uno de los
asentamientos que descubrió
Schliemann era realmente Pero hablemos del Minotauro, una monstruosa criatura legendaria mitad hombre mitad toro, que vivió en la ciudad de Creta en tiempos del mítico rey Minos. Sabemos que en la época minoica, en la isla de Creta se practicaban sacrificios humanos rituales y fiestas en honor del toro, que era un animal venerado por su hermoso porte. Y ahora hagámonos la siguiente pregunta: ¿de verdad varía tanto nuestro conocimiento de este hecho si lo explicamos a partir del mito del Minotauro, al que la ciudad de Atenas ofrecía como tributo cada año siete muchachos y siete muchachas para que él los devorara? Por
último, La mitología, la ficción y la fantasía siguen presentes en la vida de los hombres porque éstos siguen teniendo la necesidad de crear mitos. En nuestra época no somos menos mitómanos que en épocas pasadas. Ahí están todos los superhéroes del cómic, con los que sueñan los niños, pero también las estrellas de cine y de rock and roll con los que fantasean los adultos. Personajes como Elvis Presley, Marilyn Monroe, Jim Morrison o Bob Marley no son muy distintos de los héroes de la antigüedad. Si antes los protagonistas de las historias legendarias eran los reyes, ahora lo son los jugadores de fútbol, los cantantes con éxito y los actores mejor pagados. Y en las décadas en que hacía furor el cine mudo, las actrices del celuloide eran auténticas diosas que exigían de su público la adoración más incondicional. Sin duda, han cambiado el escenario y los ornamentos, pero no la representación, y tampoco las preguntas que se hacen los hombres, ni sus querencias y preocupaciones. En nuestro libro hemos hablado del Hombre Invisible de H. G. Wells y de los Hombres Grises de Michael Ende como de dos fantasías contemporáneas concebidas para explicar una querencia y una preocupación, la invisibilidad y el tiempo. Quizá también debiéramos haber incluido al Super Hombre concebido por Nietzsche y a los Extraterrestres tan temidos por la humanidad. Por desgracia, los hombres de hoy no sabremos lo que pensarán de nosotros ni de nuestras creencias los hombres del año 3000, igual que quienes confiaban en la existencia de las Valquirias, las Nereidas y las Salamandras ignoraban lo que opinaríamos nosotros de ellos y de sus ideas. Hay quienes afirman que vivimos en una época muy descreída, pero nosotros no conocemos a nadie que realmente no crea en nada, que no tenga puesta su confianza en algo o en alguien, y, en definitiva, que no se explique el mundo a partir de una serie de mitos y leyendas. Por todas partes reclaman nuestra credulidad y nosotros la cedemos gustosos; y no importa que quien exige de nosotros ese acto de fe se llame druida, sacerdote, chamán, mago, científico, gurú, político o médico de cabecera. Al fin y al cabo, y eso es lo que cuenta, existe un credo y unos creyentes. En
definitiva, siempre fueron útiles los mitos.
Afortunadamente, entre vivir y
soñar, no siempre elegimos la primera opción. La
fantasía y la imaginación
siguen siendo muy buenas muletas porque nos hacen intuir aquello que no
comprendemos por medio de la razón, porque nos explican
muchos de nuestros
miedos y porque nos hacen más soportable la vida. ¿CÓMO SE CREAN LOS SERES FANTÁSTICOS?Detengámonos ahora en los seres que creemos propios de ficción, ¿tienen algún rasgo en común? ¿de qué recursos se vale la imaginación para crearlos? O lo que es lo mismo, ¿cómo se crean los seres fantásticos? Como no podía ser de otra manera, para concebir seres diferentes a los que ahora conocemos, partimos de la propia observación de la realidad. Si lo normal es que todos dispongamos de una naturaleza física corpórea, ¿por qué desechamos la posibilidad de que vivan junto a nosotros seres de naturaleza etérea a los que no podemos ver? Éste es el mecanismo de creación de los duendes, pero, ¿nos es suficiente con esta afirmación para explicar el complejo mundo de los seres fantásticos? Pues va a ser que no. Según esto, ¿cuáles serían los recursos que se utilizan para crear seres imaginarios? El más extendido suele ser la mezcla de dos criaturas diferentes, fenómeno que se conoce con el nombre de hibridismo. Algunos híbridos muy famosos son la sirena, mezcla de mujer y pez; el licántropo, formado por un hombre y un lobo; la esfinge, con cabeza de mujer y cuerpo de león; el minotauro, mitad hombre mitad toro; o el centauro, el hombre con cuerpo de caballo. Sin embargo, y aunque éstos son los seres más conocidos, no son los únicos que comparten esta cualidad; el basilisco, los faunos, el tengú, las harpías o las doncellas focas, entre otros, también responden a la mezcla de dos seres, incluso se dan casos de criaturas que son la mezcla de tres y de cuatro a la vez, como la mantícora, un monstruo con cuerpo de león, cola de escorpión y alas de murciélago; la quimera, una criatura con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente; o el nuckelavee, un ser repulsivo con cabeza de hombre, cuerpo de caballo y aletas de pez. Otro
rasgo
muy común es el gigantismo o exageración,
que ha dado lugar a
seres tan monstruosos como el Afanc, un castor gigante; Con frecuencia el recurso de creación de estos seres es la multiplicación de uno de sus órganos, como es el caso de Argos, el gigante de cien ojos; el del can Cerbero, el perro de tres cabezas, o el del Hecatónquiros, los monstruos de cien brazos. Como contraposición, encontramos otros en los que el rasgo más llamativo es la ausencia de algún órgano o la falta de éste, como ocurre con el cíclope y el nuckelavee, que tienen un único ojo en su frente, o como sucede con las grayas, las tres hermanas de la mitología que compartían su único ojo y su único diente. No debemos pensar que estos recursos se dan de modo exclusivo en cada uno de los seres, pues lo común es que aparezcan mezclados varios de ellos, sólo así puede explicarse la existencia de monstruos como la garuda, una enorme ave con cuerpo de hombre y cabeza de pájaro (hibridismo + gigantismo) o el Tifón, un ser alado, mitad hombre mitad fiera, de tamaño gigantesco, con cabezas de dragón en lugar de dedos y víboras por piernas (hibridismo + gigantismo + multiplicación de órganos). El rasgo que domina en otros seres es la deformidad, un atributo que los convierte en criaturas temidas y despreciadas por la sociedad, como es el caso de Frankenstein, del Squonk, de los Trolls o de los Formorianos. La deformidad es un recurso que se utiliza habitualmente con la intención de infundir miedo o transmitir repulsión, aunque también es un tópico recurrente la creación de seres deformes que son víctimas de la sociedad y que son rechazados únicamente por su fealdad. Un claro ejemplo lo encontramos en el Squonk, una triste criatura desagradable a la vista, que se oculta y lamenta su suerte porque todos se ríen de él. Otros, sin embargo, son una idealización del ser humano. Pensemos en esta ocasión en las hermosas ninfas, en las sugerentes hadas o en los fascinantes elfos. Otro grupo lo forman los “elementales”, una serie de criaturas muy apegadas a la naturaleza y que comparten el ser una recreación de los humanos, pero con unos rasgos propios y peculiares, como es el caso de los hobgoblins, trasgos, pucks, elfos y hadas, que responden al prototipo de ser humano pero de menor tamaño, con orejas puntiagudas, pies invertidos o fuerza desproporcionada. Además de esta marca que los delata como feéricos, poseen unas cualidades mágicas que los distinguen del hombre, como es su capacidad para cambiar de apariencia a su antojo, hacerse invisibles siempre que quieren, conceder deseos o adivinar el futuro. El hombre, obviamente, parte de la realidad para crear. Es imaginativo, eso sí, pero no puede partir de la nada como si fuera un dios, de hecho, hay muchos seres de ficción que son animales reales a los que se les ha añadido un único rasgo fabuloso, éste es el caso del Burak, la yegua alada que subió a Mahoma hasta los cielos; el Unicornio, el hermoso caballo que lleva un cuerno en su frente; el Gato de Cheshire, el gato de sonrisa cínica que se volvía invisible siempre que quería; o Pegaso, el mítico caballo alado de la mitología clásica. Y es que el ser humano tiene mucha fantasía, pero su realidad es muy limitada: no puede volverse invisible, ni volar por sus propios medios, ni dar pasos de gigante ni tener el dominio del Tengú. Sólo en su imaginación puede ser tan fuerte como el enano, tan poderoso como el genio, tan rico como el cuélebre o tan sabio como el silfo.
ALGUNAS
DUDAS RAZONABLES
¿EXISTEN LAS CRIATURAS FANTÁSTICAS?
Los pueblos
de cultura animista, que viven en permanente contacto con la
naturaleza,
parecen haber resuelto este escollo para la comprensión del
mundo. Ellos le
conceden un alma a todo lo que existe, incluso a los seres
inorgánicos. Por
supuesto, todo aquello que se mueve tiene vida, pero hasta a una piedra
que se
encuentre en el río le atribuyen un alma. Probablemente
nunca vieron a los
espíritus en los que ellos creen, pero eso no parece
importarles porque viven
asombrados por todo lo que existe y, como no se creen el centro del
mundo,
tienen la prudencia de no cuestionar la existencia de otras criaturas.
Al fin y
al cabo, el paso del hombre por Nosotros, en cambio, nos preguntamos: ¿existen las criaturas fantásticas? Y tal vez la mejor respuesta para esta pregunta sea la misma que recibiría una piedra si pudiera cuestionarse la existencia de los hombres, si realmente pudiera tener algún interés en nosotros. La respuesta es el silencio absoluto, aunque no por ello dejemos los hombres de tener nuestra parcela de existencia. No obstante, más interesante nos parece hacernos esta otra: ¿tiene o ha tenido interés para nosotros la existencia de los seres fantásticos? Y en este caso la afirmación es indudable. Pensemos, por ejemplo, en el mostruo de Frankenstein o en los Hombres grises, que son criaturas fantásticas totalmente ficticias, productos de la imaginación de Mary Shelley y de Michael Ende. ¿Existieron alguna vez? Por supuesto que no, pero sólo si consideramos la existencia como algo físico, palpable, comprobable por los sentidos, lo que tampoco es decir mucho. Pero si consideramos la existencia como algo más amplio, entonces sobrevienen las dudas. ¿Existió alguna vez para los hombres un monstruo al que se llamó Frankenstein? Por supuesto que existió, y no sólo eso, sino que sigue existiendo. ¿Existió realmente su creadora, Mary Shelley? Sí, sí, claro, existió, vivió en el siglo XIX y todavía es recordada por haber creado una obra literaria inmortal. ¿Existieron los millones de personas que fueron contemporáneos de ella y que no dejaron recuerdo de su paso por este mundo? Bueno, sí, existirían, de algunos quedará aún una lápida con sus nombres, pero su realidad está mucho más difuminada que la de Mary Shelley, y bastante más que la del propio monstruo. ¿De verdad son más reales todas esas personas que el monstruo de Frankenstein? Y aún más: ¿de verdad es Mary Shelley más real que la criatura que ella misma creó? Los lakotas de norteamérica, a los que se conoce como sioux, creen en la existencia del Pájaro del Trueno, que es el causante de muchos fenómenos atmosféricos. Su cultura, como la de todos los nativos de América del Norte, es animista. Ellos saben que las plantas tienen voces, han oído el canto de las aguas de un arroyo y las palabras que susurra el viento por la noche; han prestado atención a todos esos sonidos y han sabido escucharlos, y lo que la naturaleza les ha contado a ellos nosotros no podemos siquiera sospecharlo. Sin embargo, muy pocos han podido ver al Pájaro del Trueno, pero esto no les impide creer en su existencia. Gracias a un ritual iniciático que en otro lugar de este libro comentaremos con más detalle, los sioux tienen sueños o alucinaciones en los que se les aparecen los espíritus en los que ellos creen, y por medio de estos ritos han llegado a saber cómo son estas criaturas. ¿Nos atreveremos a negar la existencia de este fabuloso animal sólo porque nosotros no lo hayamos concebido nunca? Algo parecido ocurre con los Espíritus de los Árboles. Actualmente se está poniendo de moda una terapia, recomendada por los naturópatas, consistente en abrazarse al tronco de un árbol en busca de consuelo y alivio en momentos de soledad o tristeza. Según parece, los beneficios de esta práctica no son nada desdeñables. Por supuesto, no se trata de un conocimiento nuevo. Los celtas ya creían en la existencia de los Espíritus de los Árboles, y en su poder de curación, aunque esta creencia estaba muy olvidada. En cuanto a los seres feéricos del folclore, hay tal cantidad de testimonios, evidencias y argumentos que defienden su existencia, que consideramos imprudente negar su realidad tajantemente, sobre todo sin oír antes lo que tengan que decirnos quienes tuvieron el privilegio de conocerlos. Las hadas, los duendes, los pixies, la vouivre, los korreds, las lavanderas o el cluricán han sido vistos en muchos lugares de Europa, y por esta razón protagonizan tantos relatos que siguen vigentes en la tradición popular. De todos ellos podrá saber algo más el lector curioso que siga leyendo. Sin lugar a dudas podrá entenderlos un poco mejor, y quizás, incluso, comprenda por qué ellos no pudieron verlos nunca. Una
vez más, ¿existen
las llamadas Criaturas Fantásticas? Nosotros no nos
atrevemos a negarlo. Es
más, probablemente comparten nuestro mundo, pero,
¿dónde? ¿OTROS
MUNDOS EN
|