Abate Marchena

Detesto la expresión enfant terrible. Demasiadas veces se ha aplicado a individuos despreciables cuyo única vía para la notoriedad la encontramos en la egolatría desenfrenada, la histeria nerviosa o la capacidad blasfemadora. O bien a niños mimados cuyos dudosos méritos se esconden detrás del impudor y la falta de escrúpulos. O bien a poetastros cuya ingenuidad nunca reconocida les hace creer que unos versitos suyos pueden provocar los destrozos de una bomba nuclear. Niños terribles que patalean contra Dios y sus familias y el mundo cruel que no les comprende. En fin.

Y sin embargo, si no detestara yo tanto esta fórmula, diría que José Marchena, el tantas veces llamado abate Marchena, fue un enfant terrible en su época, aunque sé de sobra que este comentario repara más en la leyenda del personaje que en su propia condición.

Para quienes nunca hayan oído hablar del abate Marchena diré que se trata de uno de los personajes más apasionantes de la literatura española, uno de los más desconocidos y sin duda de los que más controversias han causado entre los curiosos que todavía se interesan por los papeles. El título de heterodoxo se lo dio Don Ramón Menéndez Pelayo, uno de sus primeros biógrafos y el culpable en buena medida de la imagen estereotipada que tantas veces se ha tenido del personaje. Y aún así esta imagen es tan atractiva, tan jugosa, tan de personaje de ficción que casi no merece la pena desvelar el misterio de su vida y seguir considerándolo un abanderado de la libertad total, un revolucionario histérico, un mixtificador lleno de talento y hasta un follador incansable.

Desde luego yo no pretendo en esta semblanza contar la verdad, sino hacer el retrato de la visión seguramente merecida de un heterodoxo, de un continuo provocador, de un personaje de vida accidentada, humanista cultísimo y probablemente el único español con algo de protagonismo en la Revolución Francesa. A quienes les interese de verdad el personaje y quieran conocer con todo lujo de detalles la biografía política e intelectual de José Marchena, les recomiendo el magnífico estudio de Juan Francisco Fuentes nombrado en la bibliografía. Ahí encontrarán un rastreo riguroso de su vida y una explicación coherente a las muchas contradicciones que hay en la peripecia vital del personaje.

Nació en la localidad de Utrera, provincia de Sevilla, en 1768, y murió en Madrid en 1821. Vivió por tanto esa época crítica de la historia de España en la que los intelectuales tenían que decantarse entre ser enfervorecidos españoles enemigos del poder y el influjo de los gabachos, o ser un afrancesado y sufrir el desprecio de sus compatriotas y la persecución bajo la acusación de traidor a la patria.

Ante esta disyuntiva se declaró en favor de las corrientes de libertad que venían de Francia, considerando que éste era el país más civilizado de Europa, amante de la revolución, y el que finalmente iba a instaurar un gobierno del pueblo que acabara por fin con el indeseable Antiguo Régimen. El abate Marchena consideraba en su juventud que el pueblo podría ser “el mejor de los amos”.

En España sufrió la persecución del Santo Oficio. Según el expediente inquisitorial abierto a Marchena, se le acusaba de propagar ideas no acordes con la moral establecida y por las “muchas proposiciones heréticas” que se podían rastrear en su obra.

En Madrid lanza un periódico independiente a la calle para expresar sus ideas libertarias y hacer la crítica a la intolerancia y el despotismo. Será El Observador, del que tan sólo consigue sacar seis números, y no son pocos si tenemos en cuenta la valentía de sus proposiciones. En él se declara independiente del lujo y el favor de los poderosos y critica las costumbres de los españoles y el estado bochornoso de nuestro teatro, divaga sobre el amor y los afectos y concluye que la razón última de todo sentimiento es la búsqueda del placer y la satisfacción personal, satiriza la intolerancia religiosa, los vicios de la universidad española y la actitud de los militares, y por último hace la burla jocosa del casticismo y la literatura escolástica. No deja títere con cabeza. Se ganó sobradamente la persecución y la censura, razón por la cual se exilió a Francia, buscando una libertad que tampoco allí encontró.

Retrato de un provocador

Repasando calificativos que puedan definir al abate, que por cierto no fue abate, ni clérigo ni diácono ni nada de eso, nos encontramos con los adjetivos revolucionario, girondino, humanista, pequeño, feo, alma ardiente y enérgica, estudiantón perdulario, medio loco, amante excepcional, exaltado y por ahí.

Según él mismo, era “un patriota puro y un esclarecido amigo de la libertad”. Otros lo describen como “jorobado, cuerpo torcido, nariz aguileña, patituerto, vivaracho de ojos aunque corto de vista, de mal color y peor semblante”. Parece cierto que debió de ser un hombre poco agraciado, realmente feo, escaso de cuerpo y no muy aseado. La célebre Madame de Staël lo describe como una “falta de ortografía de la naturaleza”, y Chateaubriand lo consideraba un “sabio inmundo y aborto lleno de ingenio”.

Nos ha llegado una nota de la  policía francesa de 1798 en el que se le describe como “muy pequeño de estatura, cara delgada y morena, color aceituna, los ojos vivos y el aspecto atrevido”. Así debió de ser realmente, lo que no impidió que tuviese numerosas amantes y una prodigiosa capacidad amatoria. Gregorio Marañón incide mucho en esta idea, y considera que la figura de Marchena “corresponde a cierta especie de enanos en los cuales la exigüidad de la talla tiene otras compensaciones anatómicas, que les permite extrañas victorias en la amorosa lid”. Pero esto es capítulo aparte.

En Francia sufrió la persecución de La Montaña durante los años del terror como declarado girondino que era, conoció la cárcel y, según reza la leyenda, llegó a enfrentarse con el mismísimo Robespierre en una carta desde la Conciergerie de París en que le decía “tirano, me has olvidado”, en claro desafío para que tomara también con él las medidas quirúrgicas y correctivas de moda en la época: guillotina y decapitación. Dicen también que tanto fascinó a Robespierre el gesto del abate que quiso tenerlo entre sus hombres. Pero es probable que pertenezca a la leyenda. Lo que sí es verdad, o al menos así lo cuenta Jean Baptiste Louvet en sus memorias, es que Marchena desafió en reiteradas ocasiones a Fouquier, el acusador público, en estos términos: “me está usted olvidando. Estoy aquí para que me guillotinen”.

Tras los años del terror nos encontramos con que la mirada de Marchena ha evolucionado. Sus obsesiones siguen siendo las mismas, su insistente lucha también.  Sigue en permanente estado de guardia contra la intolerancia, la superstición, el despotismo, el lujo y la guerra, pero ya no es aquél que creía que el pueblo podía ser el mejor amo.

La Revolución Francesaha mostrado su lado más pútrido, y el protagonismo adquirido por las capas populares lo decepcionan. Ahora el pueblo es “el vulgo vil”, “el pueblo envilecido”, “el pueblo malhadado”. Abandona un poco la agitación política y en los años siguientes se entrega a la reflexión teórica, la filosofía, las matemáticas y el estudio de la economía, hace la crítica de los abusos de la Revolución, publica otro periódico de corta vida, Le Spectateur Français, y se dedica a interpretar los fenómenos políticos y sociales.

Lo vemos durante varios años en Alemania como inspector de contribuciones tras la llegada al poder de Napoleón, donde se entrega además a una fecunda actividad literaria, y más tarde por fin en España, cumpliendo por completo el papel de afrancesado como funcionario en el ministerio de interior de José I. Son años de cierto reposo para nuestro hombre, vive holgadamente con un sueldo y una pensión dignas de un hombre de letras, colabora asiduamente en periódicos de la época y estrena su Polixena y su Hipócrita, dos obras de teatro que no han merecido mayores recuerdos. Y así llegamos a agosto de 1813, año en el que se ve obligado a un nuevo exilio tras la proclamación de las Cortes de Cádiz, la primera constitución española y la desbandada de los franceses.

Los últimos años

Los últimos años de su vida los vive en su segundo exilio francés hasta su regreso a España poco antes de morir. Son años como traductor e historiador de la literatura. En ellos escribe sus Lecciones de Filosofía moral y elocuencia, uno de los estudios más curiosos de literatura española que se han escrito, traduce a Voltaire y Rousseau y soporta la dura existencia del perdedor que se pasó la vida luchando por la instauración de un nuevo orden social que debía acabar por fin con la intolerancia, la superstición y el despotismo.

Sólo volvería a España en 1820 gracias a la amnistía otorgada a los exiliados políticos tras el levantamiento de Riego y el triunfo del liberalismo. Murió el 31 de enero de 1821.

Obras del abate Marchena


De Historias Curiosas, Agustín Celis Sánchez, Ed. Añil, Madrid, 2001