AGUSTÍN CELIS SÁNCHEZ

BIBLIOTECA

LUIS  CERNUDA

DONDE HABITE EL OLVIDO (1934)

Selección de poemas

I

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

 

III

Esperé un dios en mis días

Para crear mi vida a su imagen,

Mas el amor, como un agua,

Arrastra afanes al paso.

Me he olvidado a mí mismo en sus ondas;

Vacío el cuerpo, doy contra las luces;

Vivo y no vivo, muerto y no muerto;

Ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu.

Soy eco de algo;

Lo estrechan mis brazos siendo aire,

Lo miran mis ojos siendo sombra,

Lo besan mis labios siendo sueño.

He amado, ya no amo más;

He reído, tampoco río.

 

 

VI

El mar es un olvido,

Una canción, un labio;

El mar es un amante,

Fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,

Y sus aguas son plumas,

Impulsos que levantan

A las frías estrellas.

Sus caricias son sueño,

Entreabren la muerte,

Son lunas accesibles,

Son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras

Las olas van gozando.

 

XI

No quiero, triste espíritu, volver

Por los lugares que cruzó mi llanto,

Latir secreto entre los cuerpos vivos

Como yo también fui.

No quiero recordar

Un instante feliz entre tormentos;

Goce o pena, es igual,

Todo es triste al volver.

Aún va conmigo como una luz lejana

Aquel destino niño,

Aquellos dulces ojos juveniles,

Aquella antigua herida.

No, no quisiera volver,

Sino morir aún más,

Arrancar una sombra,

Olvidar un olvido.

 

XII

No es el amor quien muere,

Somos nosotros mismos.

Inocencia primera

Abolida en deseo,

Olvido de sí mismo en otro olvido,

Ramas entrelazadas,

¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira

Siempre ante sí los ojos de su aurora,

Sólo vive quien besa

Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,

A lo lejos, los otros,

Los que ese amor perdieron,

Como un recuerdo en sueños,

Recorriendo las tumbas

Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,

Muertos en pie, vidas tras de la piedra,

Golpeando impotencia,

Arañando la sombra

Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.