EMILE M. CIORAN
BREVIARIO DE PUDREDUMBRE
(1949)
EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN (1933)
(Fragmentos)
DE
BREVIARIO DE
PUDREDUMBRE
(...)
Me basta
escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de
filosofía,
escucharle decir "nosotros" y sentirse su intérprete, para
que le
considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi en
verdugo, tan odioso
como los tiranos y los verdugos de gran clase. Es que toda fe ejerce
una forma
de terror, tanto más temible cuanto que los "puros" son sus
agentes.
Se sospecha de los ladinos, de los bribones, de los tranposos; sin
embargo, no
sabríamos imputarles ninguna de las grandes convulsiones de
la historia; no
creyendo en nada, no hurgan vuestros corazones, ni vuestros
pensamientos más
íntimos; os abandonan a vuestra molicie, a vuestra
desesperación o a vuestra
inutilidad; la humanidad les debe los pocos momentos de prosperidad que
ha
conocido; son ellos los que salvan a los pueblos que los
fanáticos torturan y
los "idealistas" arruinan. Sin doctrinas, no tienen más
caprichos e
intereses, vicios acomodaticios, mil veces más soportables
que el despotismo de
los principios; porque todos lo males de la vida vienen de una
"concepción
de la vida". Un hombre político cumplido debería
profundizar en los sofistas
antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción... (...)
DE
EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN
¡Qué
lejos estoy de todo!
Ignoro
totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por
qué debemos tener
amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No
sería mil veces preferible
retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus
complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y
a las ambiciones, perderíamos
todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se
puede obtener en este mundo? Para
algunos, ninguna ganancia es importante, pues son irremediablemente
desgraciados y están irremisiblemente solos. ¡Nos
hallamos todos tan cerrados
los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el punto de
recibirlo
todo de los demás o de leer en las profundidades del alma,
¿en qué medida
seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la
vida, nos
preguntamos si la soledad de la agonía no es el
símbolo mismo de la existencia
humana. Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable:
¿acaso
existe consuelo posible en la última hora? Es preferible
morir solo y
abandonado, sin afectación ni gestos inútiles.
Quienes en plena agonía se
dominan y se imponen actitudes destinadas a causar
impresión, me repugnan. Las
lágrimas sólo son ardientes en soledad. Todos
aquellos que desean rodearse de
amigos en la hora de lamuerte lo hacer por temor e incapacidad de
afrontar su
instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia
muerte.
¿Por qué no se arman de heroísmo y
echan el cerrojo a su puerta para soportar
esas temibles sensciones con una lucidez y un espanto ilimitados?
Aislados,
separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte
más profunda, la
verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la
luz de
convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de
la vida,
del amor, de las sonrisas, de los amigos -e incluso de la muerte. Nos
preguntamos entonces si existe algo más que la nada del
mundo y la nuestra propia.
Nada es importante
¿Qué
importancia puede tener que yo me atormente,
que sufra o que piense? Mi presencia en el mundo no hará
más que perturbar, muy
a mi pesar, algunas existencias tranquilas y turbar -más
aún a mi pesar- la
dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar de que siento que mi
propia
tragedia es la más grave de la historia -más
grave aún que la caída de los
imperios o cualquier derrumbammiento en el fondo de una mina-, poseo el
sentimiento implícito de mi nimiedad y mi insignificancia.
Estoy persuadido de
no ser nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la
única
real. Más aún: si debiera escoger entre la
existencia del mundo y la mía
propia, eliminaría sin dudarlo la primera con todas sus
luces y sus leyes para
planear totalmente solo en la nada. A pesar de que la vida me resulta
un
suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo absoluto de
los
valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser
sincero, debo decir que
no sé por qué vivo, ni por qué no dejo
de vivir. La clave se halla,
probablemente, en la irracionalidad de la vida, la cual hace que
ésta perdure
sin razón. ¿Y si sólo hubiera razones
absurdas de vivir? El mundo no merece que
alguien se sacrifique por una idea o una creencia. ¿Somos
nosotros más felices
hoy porque otros se sacrificaron por nuestro bien? Pero,
¿qué bien? Si alguien
realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más feliz,
soy en realidad aún
más desgraciado que él, pues no deseo construir
mi existencia sobre un cementerio.
Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria de la
historia, en los que no comprendo por qué algunas personas
han derramado su
sangre por nosotros. La ironía suprema sería
darse cuenta de que ellos fueron
más felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita
sea la historia!
Nada
debería
interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería
parecerme ridículo; ¿el
sufrimiento?-estéril y limitado; ¿el entusiasmo?
-impuro; ¿la vida? -racional;
¿la dialéctica de la vida? -lógica y
no demoníaca; ¿la desesperación?
-menor y
parcial; ¿la eternidad? -una palabra vacía;
¿la experiencia de la nada? -una
ilusión; ¿la fatalidad? -una broma... Si lo
pensamos seriamente, ¿para qué
sirve todo ello en realidad? ¿Para qué
interrogarse, para qué intentar aclarar
o aceptar sombras? ¿No valdría más que
yo enterrase mis lágrimas en la arena a
la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he
llordo,
pues mis lágrimas se han trasformado en pensamientos tan
amargos como ellas.
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